DON FABIÁN Y MI DELIRIOHabía humo en la habitación, pero la cocina estaba reluciente. La señora María estaba orgullosa y me enseñaba la lija grasienta con que la mantenía. Todos los días, jiji, le pasa un poquito, jiji. Don Fabián miraba con sus ojos chiquitos: hacía ochenta y dos años que la luz los deslumbró por completo una mañana en Chiloé.Me hablaba de las ovejas muertas por el puma, veinte, treinta y seis ovejas; cuando anda con crías, no las come, quedan ahí tiradas. Enseña a cazar. Y me costaba seguirle las ideas, su farfullar cansado y la bombilla del mate y el humo. El monte que estaba despejado; antes era puro monte. Limpiar quería decir la obra de toda una vida. La obra era ahí donde ahora no había selva virgen que mis ojos adoraban: la obra de su vida era haberlo arrancado todo para las ovejas, para el puma, para la estufa brillante. Le venían a robar el ganado. La señora María trajinaba para ofrecerme pan, mantequilla, sopaipillas, una mermelada deliciosa de murta. Habían pasado con los animales aquí por delante. Por ahí se los llevaron. Yo que no encuentro la belleza en la selva tumbada, en los cadáveres de bosques milenarios como huesos blanqueados al sol; indago en busca del delirio, extender sus límites, atravesar las cortinas amarillas de las cataratas en sus ojos, del humo en la cocina, del deslumbrante reflejo sobre la cocina limpia. Pero su hijo se fue con su familia, con su señora argentina, porque el padre lo acusó de ladrón. No fue su padre, amigo, fue el delirio. El cerebro recibe menos irrigación, las neuronas se van muriendo, se desencadena la esclerosis, el delirio lo adorna como las flores a los árboles en primavera. Pero su padre lo vio en una nube amarilla cuando sus fuerzas ya no eran las de antes y las cosas ya no brillaban como antes detrás de estas gruesas cortinas amarillas de sus ojos. Le pregunto si en el lago están organizados para robarle y farfulla que hí! y si en Argentina y dice que hí!, que si en Santiago y que hí! y si en el resto del mundo hay gente y que le roba sus vacas, pero no sabe; es una cosa que hasta a él le da duda y no se atreve. Son muchos, los pumas y la gente, quienes lo despojan y los años lo han despojado mucho más. Yo busco el sistema de su delirio y siento el sabor a la sopaipilla en la boca y el mate y el calor de la estufa y el olor a lana natural.El perro tendido a los pies levanta la cabeza y luego la baja dejando el cogote extendido también.Llegué el `62 y esto era puro monte y sus ojos son verdes. Venía remando; a caballo desde Coyhaique. El viento siempre lo devolvía, sádico, después de dejarlo avanzar medio lago, lo traía de vuelta y lo dejaba ahí: con sus sacos de harina mojados, con los hijos con frío, el viento los dejaba en la misma orilla donde había empezado a remar la mañana anterior. Eran dos semanas para bajar al pueblo. Que hí! Dos lagos y un río en bote, tres o cuatro días de a caballo. Nosotros vamos por el día, a veces por repuestos o al supermercado. Entonces pienso que no comprendo la vida que vivió este hombre, que soy de otra dimensión de comodidad con otros códigos, de otra catadura que no puede asomarse a entender como él entiende. Mientras intento examinarlo, me asoma un galón de pintura lleno de grosellas que él mismo sembró hace años y que ahora me ofrece con una sonrisa feliz, mientras intento examinarlo...¿y para qué intento el examen? Él no me ha pedido nada, me ofrece grosellas. En la tarde cuando ya estoy en mi casa en la otra orilla del lago, pienso en su debilidad, en los años que se le vienen encima. Me asomo entonces por la ventana sorbiendo un poco el café y sintiendo el calor de la cocina y entonces lo veo con su motosierra, cortando árboles enteros para hacer leña, para seguir calentando a su familia como lo ha hecho hace sesenta años. Este lago le pertenece desde siempre. A sus manos y a sus pies también. Joseph Bandet