José Evaristo Anchorena narra como capturó, en marzo de 1961, el ejemplar record de trucha marrón (11 kg) de la zona de Junín de los Andes.-

“Estábamos en la Boca, a las siete de la tarde. Se aproximaba la hora del pique. Mis vacaciones tocaban a su fin y no tenía una “grande” para el recuerdo invernal. La Boca me había tratado mal y sólo me restaban dos días de permanencia. Armo el equipo, que elijo pesado por el deseo de llegar lejos; coloco un streamer de cola de ciervo de 10 cm de largo. Durante una hora realizo ininterrumpidos intentos en el nacimiento, bien cerca del lago, sin obtener resultado alguno. La calma y la excesiva transparencia conspiraban contra la posibilidad de pique. 

Regreso al automóvil para tomar unos mates reparadores. Luego me dirijo a un pool largo, liso y hondo, situado doscientos metros río abajo cruzando el puente. Son las ocho y cuarto y la luz comienza a caer. Los lanzamientos salen buenísimos por la falta de viento. De pronto noto una marejada detrás de mi mosca, y el cimbronazo de la caña me dobla los dedos entumecidos por el frío. La trucha es grande y saca línea con facilidad asombrosa; ya lleva unos 60 metros entre línea y reserva. Más abajo, en el centro del río, hay un tronco grande; si es una marrón, como parece, seguramente buscará enredarse en él para escapar. Sin embargo, decide frenar y se planta en el centro de la corriente como una roca. Aplico toda la fuerza que permite el equipo: el leader resiste 6 libras. ¿Pesará 7 kilos? Transcurren diez largos minutos y empleo todos los recursos que se me ocurren. Bruscamente, la trucha arranca con una velocidad inicial tan brutal, que me hace una galleta en el reel a pescar del registro correcto en que lo tenía. Atino a correr para acompañarla y evitar así que corte, mientras arreglo el hilo. Esto, sin embrago, me cuesta más de un tropezón y un golpe contra el suelo. Finalmente se detiene y comienza el efecto de la caña, que, lentamente, la va acercando. Alcanzo a ver una cola inmensa y, de un solo golpe, vuelve a sacar 50 ms de línea. Sale la luna y el espectáculo es indescriptible. Tiemblo de emoción y de cansancio. Vuelvo a recuperar y busco, esta vez, agua tranquila y baja. Descubro una gran piedra que seguramente, tiene detrás buen reparo, y logro llevarla hasta allí. Entra rendida, y entonces busco en su cuerpo interminable el lugar para asegurar el bichero. Al levantarla descubro su verdadero tamaño y, en ese preciso momento, de un golpe inesperado me tira al suelo, pero no suelto el bichero y la presa. Mis hijas, que han presenciado las últimas alternativas de la lucha, me alcanzan una balanza que marca solamente hasta 9 kilos. El resorte pega, sonoro, en el fondo. No recuerdo el tiempo que tardé en llegar a la hostería de José Julián, en Junín de los Andes, para conseguir allí la balanza capaz de pescar ese monstruo. La trucha acusó 11 kilos clavados, constituyéndose en la más grande obtenida con mosca en la zona”.