Pesco porque me gusta. Porque disfruto de los lugares invariablemente hermosos donde se encuentran las truchas y me disgustan los lugares invariablemente feos, donde se juntan las multitudes. Pesco porque así escapo a los avisos de televisión, a los cocktails y a las malas actitudes sociales.

Porque en un mundo donde la mayoría de los hombres parecen transitar la vida haciendo cosas que detestan, mi pesca es a la vez una fuente inagotable de placer y una pequeña rebelión. Porque las truchas no mienten, ni hacen trampa, ni pueden ser compradas ni sobornadas o impresionadas por el poder, sino que responden únicamente a la quietud, a la humildad y a la paciencia.

Porque sospecho que los hombres recorren este camino por última vez y no quiero desperdiciar el viaje, porque gracias a Dios no hay teléfonos en los ríos trucheros, porque solamente en los bosques puedo encontrar la soledad sin sentirme solo, porque el whisky que se toma en un viejo jarro de lata siempre es más rico, porque tal vez un día pesque una sirena, y finalmente, no porque considere que pescar sea tan terriblemente importante, sino porque sospecho que muchas preocupaciones de los hombres son igualmente intrascendentes y ni por asomo tan divertidas.

R. Traver