Unos pocos días pescando en el norte neuquino nos convencieron de que todavía podemos soñar en Patagonia y que muchos sitios no han perdido la magia que supo hechizar a Darwin en sus viajes.
Nuevamente viajábamos al norte neuquino en busca de su diversidad de paisajes y truchas salvajes, dejando atrás a Junín de los Andes donde La Boca del Chimehuin nos había tratado muy bien, recordándonos con claridad los errores que se están cometiendo con ella; teníamos La Meca de la trucha marrón y como tantas otras cosas que no dejan rédito político la tiramos por la borda del barco de la ignorancia.
Sin darnos cuenta, mientras devorábamos kilómetros de cambiante naturaleza, mirando de reojo el río Catan Lil y más allá las interminables canteras de lajas con sus fósiles, pasamos sin tocar Zapala, rumbo a Chos Malal. 
Nos acompañaba un viento inaudito que movía las camionetas y levantaba arabescos de polvo hasta alturas que solo dominan los buitres. Luego nos enteramos que en los últimos tiempos no se recordaban días con un viento semejante, que acabó con árboles y techos por todos lados.Zapala a nuestra derecha no se veía por el polvo que la cubría completamente como el domo de un circo.
Con algunas sacudidas y muy poco gasoil llegamos a Chos Malal, corral amarillo para los Mapuches y llave para el norte neuquino.
Chos Malal, ubicada cerca de la confluencia del poderoso río Neuquén, que corría completamente turbio, y el río Curi Leuvú es la ciudad más importante del norte neuquino. 
En ella todavía se conservan casas de grandes adobes color terracota y viejas acequias por donde corre agua cristalina. Fue el asiento de la capital del territorio del Neuquén por un tiempo y, sin buscar mucho, encontraremos un enorme patrimonio cultural que ilustra muy bien cómo se vivía en la Patagonia hacia fines del siglo dieciocho y los albores del siglo veinte.
Desde el camino los colores son asombrosamente variados y dan vida a un valle cercado por cerros ocres y amarillentos a los que se suma el azul imponente de la enigmática Cordillera del Viento, donde reina el volcán Domuyo que domina las nubes con sus 4709 metros de altitud.
Sin conseguir combustible, seguimos esperanzados para Andacollo dejando Chos Malal por unos de los puentes que atraviesan el río Curi Leuvú.
Grandes majadas de chivos sumergidas en nubes de polvo y calor se abrían al paso de las camionetas entre los gritos de los crianderos que montados a caballo llevaban los animales a los altos valles, donde pasarían el verano en una ancestral trashumancia que se ha mantenido inalterada pese a los avances de lo moderno.
En pocos sitios podemos apreciar la vida de los crianderos de estos animales en un estado tan puro como en el norte Neuquino.
A Andacollo se llega atravesando curiosas sierras que van de los tonos de la tierra hasta los negros más profundos. En muchos sitios, afloramientos de un mar primitivo que cubrió la Patagonia hace millones de años dejan al descubierto fósiles marinos entre los que se destacan curiosos amonites. Aunque solo encontramos las improntas y nunca he tenido la suerte de encontrar uno intacto, bivalvos hay por millones, algunos de gran tamaño.
Andacollo tuvo un pasado netamente minero pero hoy vive mayormente de la ganadería, la forestación y el turismo.
Cerca de Andacollo, el pueblo de Huinganco vivió una verdadera fiebre del oro que se llevó el alma de muchos esforzados buscadores. Hoy el oro de superficie ya no está y solo las mineras con más capital pueden seguir bajo tierra. Huinganco tuvo que sobrevivir y con el esfuerzo de muchos se convirtió en un verdadero jardín donde prosperan todo tipo de forestaciones y frutales. Muy cerca en la Cañada Molina todavía se mantienen en pie cipreses de más de 1200 años, los más viejos de América, verdaderos monumentos naturales que nos dan una idea de lo efímero de nuestra presencia.
En Andacollo nos esperaba como siempre el inefable “Torcho” Ordoñez, dueño de la hostería La Sequoia, filósofo y profundo conocedor de la zona además de pescador de mosca. Atrás en el quincho, volutas de humo azulado y translúcido nos avisaban sobre un buen asado. Torcho y su esposa estaban decididos a impresionarnos con una hospitalidad que ya habíamos disfrutado la temporada pasada, durante un otoño dorado que nos convenció de haber encontrado nuestro lugar en el mundo.
La hostería La Sequoia (verdaderamente hay una Sequoia en la misma entrada) es la base de operaciones perfecta para explorar los ríos y lagos de la zona, un lugar donde escuchar historias de pioneros, oír buena música y alternar con geólogos y mineros en busca de oro.Antes de armar las cañas, Torcho nos contó nuevas historias del lugar, del pueblo de Andacollo, la Cordillera del Viento, las minas y las aldeas cercanas que se aferran a la vida al borde de los ríos imprevisibles.
En el noroeste del Neuquén el paisaje es netamente montañoso, las poblaciones están diseminadas en una serie de valles intermontanos limitados al oeste por los Andes y al este por la Cordillera del viento. Los ríos que corren por estos valles son rápidos y temperamentales con un fondo de piedras grandes y resbaladizas.
De Andacollo al encantador río Nahueve son solo unos 12 kilómetros, a partir de allí bordeamos este interesante cauce de aguas color esmeralda hasta las lagunas de Epulauquen pasando antes por la junta con el río Buraleo que en esta ocasión bajaba torrentoso y turbio limitando su pesca. Es un río muy personal lleno de rocas multicolores, rápidos y remansos que invitan a la pesca con ninfas y secas grandes.
Torcho no tardó en comentar que el Buraleo bien arriba es realmente bueno pero hay que caminar bastante en un terreno áspero y hostil o llegar a caballo desde un campo vecino.
Las aguas color siena del Buraleo no se mezclaban con las límpidas del Nahueve por un largo trecho, aguas arriba el Nahueve totalmente limpio casi aseguraba un día interesante.
Antes de perder la mente en el Nahueve que tiene encantos de sobra para que así suceda seguimos la huella que pasando gendarmería lleva a las lagunas. 
En las lagunas de Epulauquen encontramos las primeras manifestaciones del bosque andino patagónico con frondosos robles pellines, lengas de buen porte, ñires, abundantes cañas colihues y una abundante flora que nos encantó con las mejores flores.
Casi llegamos a la segunda laguna avanzando penosamente por una playa aluvional de arena cenicienta y guijarros blanqueados por el sol. Las ramas arrastradas en la época de agua alta y una huella que había desaparecido por completo durante el invierno nos impidieron llegar a la segunda laguna que tuvimos que observar desde cierta distancia.
Hubiéramos caminado hasta ella para probar un poco pero sinceramente el viento era bestial, nos azotaba al punto de cegarnos con la arena que volaba. Incluso las aves del lugar buscaban refugio en tierra donde podían.
La laguna estaba totalmente revuelta y encrespada y la misma situación encontramos en la primera laguna, así que unánimemente acordamos comer algo liviano en la boca del Nahueve que nace en la primera laguna y a partir de allí ver qué nos ofrecía el río en un sitio que nos era totalmente desconocido.
El Nahueve nace manso y bajo en el extremo occidental de la laguna. Los primeros metros corre sobre un lecho de grava fina con grandes piedras oscuras colocadas estudiadamente como en un jardín japonés. Si uno levanta la mirada hacia el oriente las estribaciones de los Andes nevadas comienzan a mostrarnos la transición entre los húmedos bosques australes y las moles rocosas de Cuyo. 
La boca, propiamente dicha, parecía Hawai por las olas, por lo que empezamos a bajar el río. En el primer tramo, el fondo con poca estructura aconsejaba ninfas chicas y las truchas que pescamos también fueron de tamaño modesto, pero sacamos muchas.
A unos 200 metros de la boca el Nahueve revela y cambia su carácter fluyendo sobre un lecho netamente rocoso invitando a un vadeo cuidadoso.
En los tiempos en que el norte neuquino solo figuraba en nuestros sueños imaginábamos sus ríos con una forma bien diferente. Pensábamos en ríos chicos, fáciles de vadear y cruzar pero la realidad se mostró bien diferente hace unos años cuando finalmente visitamos la zona.
Los ríos del norte neuquino al comienzo de estación son poderosos y temperamentales. Aún el Nahueve no se deja cruzar en casi ningún punto y ni hablar del Neuquén que baja con furia digna del Colorado.
Noviembre nos recibió con bastante agua y solo nos permitió pescar los pools que se van sucediendo en la orilla que recorre el camino.
En la zona de rocas, aguas abajo de la boca, con delgadas imitaciones de bagre del torrente aparecieron las primeras truchas que llegaban al backing.
Todas arco iris gordas de cabeza chica y lomo azul intenso. Es interesante notar lo diferentes que son estas truchas, acostumbradas a las aguas rápidas y los inviernos duros.
Pelean como demonios sacando backing del reel sin importar el freno que tengamos.En un pool largo que tenía una barranca baja en la costa sacamos media docena de buenas truchas que parecían alinearse a lo largo de la costa esperando los streamers.
Probamos inútilmente con líneas flotantes pero las aguas corrían tan rápido que hicieron fracasar el intento. Tampoco tuvimos suerte cambiando la dirección del lance y atando al leader grandes secas llenas de patas de goma como las nobles PMX, el agua que no superaba los 5 grados evidentemente mantenía a los peces tranquilos cerca del fondo de piedras.
Funcionaron perfectamente los shootings y líneas combinadas de hundimiento rápido y unos 200 grains de peso. 
En un momento, el camino sube y encontramos una buena formación rocosa donde hay una somera explanada para dejar la camioneta. Abajo, como a unos 100 metros, el Nahueve forma un par de pozones profundamente azules que luego se transforman en un run entre rocas colosales que invita a soñar con una grande.
Como pude, luchando con las espinas de calafates y ñires, logré descolgarme hasta la cabeza del primer pool hondo. Solo podía intentar un rudimentario roll cast pero alcanzó para sacar tres buenas arco iris, dos de las cuales eran machos con los colores vivos del reciente desove. En el run me cortó una buena por no reatar la mosca al primer tiro, pero luego logré unas cuantas en rápida sucesión hasta que las rocas y la garganta que se formaba me aconsejaron prudencia.
Esta era la segunda vez que pescaba el Nahueve y cada vez me sorprende con lugares nuevos y mejores truchas. Es algo que ciertas noches me tortura porque sé positivamente que apenas he alcanzado a arañar la superficie de un río que a lo largo de casi 100 kilómetros permanece casi desconocido.
Volvimos a La Sequoia gratamente impresionados por el Nahueve, que nos gustaría recorrer largamente cuando bajen un poco sus aguas.
Cuando los primeros rayos de sol se filtraron por las cortinas el viento seguía azotando con gran fuerza. Si había algo que podía amilanar nuestro espíritu de aventura era el viento que habíamos soportado hora tras hora el día anterior.
Pero la promesa de nuevos ríos más al norte nos hizo hacer caso omiso al clima.
Volvimos al camino de buen ripio que sube el Nahueve, pero esta vez nos desviamos rumbo a Las Ovejas, pintoresco pueblo cordillerano donde todavía podemos escuchar el silencio, rodeados por la Cordillera de Los Andes y la Cordillera del Viento.
En Las Ovejas nos esperaba Pablo Gonzales, un enamorado de la zona que junto al Torcho serían nuestros guías.Con menos de 2000 habitantes, la comunidad de Las Ovejas se dedica fundamentalmente a la cría de ganado de ovinos y caprinos pero la forestación avanza cubriendo las laderas indicadas y ya hay algunas comodidades para los viajeros. 
Siempre rumbo al norte rumbo a Varvarco llegamos al mirador La Puntilla donde una serie de largas pasarelas de madera bastante atemorizantes permiten asomarnos a un profundo cañón formado por el río Neuquén o levantar los ojos al Domuyo y la Cordillera del viento.
El camino pasa por Invernada Vieja bordeando el caudaloso río Neuquén y en un punto se abre un ramal hacia Manzano Amargo, otro pequeño poblado de escasos 800 habitantes enclavado a orillas del alto río Neuquén en un cajón formado por el río.
Acá también resulta curioso ver las extensas forestaciones. Pasándolas aparece el salto del arroyo La Fragua, una cascada de agua vaporizada entre rocas basálticas que recuerdan el pasado violento de la región.
Antes de llegar a Manzano Amargo encontramos dos arroyos muy importantes para la pesca, el primero que cruzamos, conocido como Ranquileo, es pequeño pero altamente interesante. En los diminutos pozones las truchitas saltaban alto tratando de agarrar los caddis que ponían sus huevos en el agua. 
Es un arroyo perfecto para las cañas ultralivianas de líneas 2 y menores, y caminando un poco según Torcho hay buenas sorpresas. Pese a que el mágico encanto de un río en miniatura es muy fuerte para mí, seguimos directo al siguiente arroyo, bastante más importante y con un nombre que sonaba tan tentador como el anterior, el Curamileo.
Antes de llegar nos detuvimos para observar con detenimiento unas curiosas formaciones rocosas prolijamente talladas por la naturaleza que les había dado las más caprichosas formas, donde una mente despierta adivina una y mil figuras. Dos cóndores planeaban en las alturas dibujando arabescos fáciles de seguir con la vista.
En las altas paredes chorreadas blancas delataban los inaccesibles nidos. Una manada de caballos totalmente libres con las crines como fuego en el viento pasó al lado nuestro trepando de inmediato un filo antes de que los perdiéramos de vista.
Paramos al lado del puente del Curamileo y caminamos aguas arriba. A unos cincuenta metros aguas arriba, una piedra colosal por su tamaño desviaba el cauce formando un enorme remanso aguas abajo. Una sombra oscura de forma muy conocida ondulaba en aguas de color jade. Imposible tirarle por la distancia y un gran sauce atrás. Nos conformamos con mirarla un rato antes de seguir río arriba bordeando una pirca de ordenadas rocas que nos separaba de un rancho de adobes y paja donde algunas gallinas buscaban ruidosamente reparo del viento. Un par de caballos cansados dormitaban atados cerca de la puerta pero nadie salió a vernos a pesar de que esperamos un rato.
El Curamileo baja por un cañón bien escarpado y por momentos teníamos que trepar bien alto para seguir adelante. Corría muy crecido y no nos dejaba cruzarlo por lo que nos contentamos con caminar la orilla sur. El lecho de rocas tremendas forma correderas y pequeños pozones en número interminable y en todos encontramos truchas arco iris. No muy lejos del puente, con una Matona de Navas color marrón que até al leader para recordar viejos tiempos, saqué una arco iris que realmente ganó su libertad paseándome por todas la piedras del lugar. Aun con el agua muy fría parecía que había tomado esteroides por como saltaba y se resistía a ser arrimada. Después de esa sacamos varias similares y en cada una notamos que no han visto muchos pescadores. Río arriba, de repente una mole de granito vertical impedía completamente el paso protegiendo nuevos tesoros, no pudimos cruzar el río y estábamos muy cansados para subir la montaña y bajar de nuevo. Caminar en la piedra suelta había hecho estragos en los que teníamos waders y pesados zapatos de vadeo por lo que no hubo más remedio que bajar pescando nuevamente y dejar el Curamileo arriba para otra visita, esta vez con aguas más bajas, sin waders y con zapatos de vadeo livianos para la caminata y trepada. 
Me olvidaba comentar que en el Curamileo un guardafauna que recorría la zona en moto controló que pescáramos como corresponde y si bien no recuerdo su nombre sinceramente lo felicito por tomar seriamente un trabajo tan importante. 
Pablo y el Torcho no aflojaban, teníamos que llegar al Pichi Neuquén para conocerlo y probar la junta de este con el río Neuquén y el tiempo empeoraba porque al viento infernal se sumaba un preocupante frente de tormenta. Antes de llegar al Pichi Neuquén pasamos un bosque nativo de ñires. Ya llegando al río, la vista de este, el puente de hierro y algunas araucarias solitarias me transmitieron imágenes de un tiempo perdido cuando se inició la vida en la Patagonia.
El Pichi Neuquén era una tromba de agua color azul profundo, la línea tocaba el agua y parecía rebotar. De todos modos, bajando hacia la confluencia con el Neuquén, Torcho sacó varias truchas en un pool largo donde la violencia de las aguas se moderaba un poco.
No había tiempo para explorar el Pichi Neuquén hacia arriba y la lluvia parecía inminente así que caminé directamente a la confluencia. Recién a partir de esa junta de aguas el Neuquén se convierte en un río realmente poderoso. Una delgada pasarela de cables de acero y resecas maderas sirve para cruzar animales y personas al otro lado.
El viento la agitaba haciéndola chirriar amenazadoramente mientras dos chicos con poca ropa seguidos por un par de escuálidos perros se deslizaban con ágiles pasos sin dificultad alguna negociando el ancho del Neuquén en menos de un minuto.
El Neuquén estaba un poco turbio pero las aguas cristalinas del Pichi Neuquén formaban una extensa lengua antes de mezclarse contra la costa. 
Esta vez se me ocurrió probar otra vieja gloria, una Woolly Worm negra de las tradicionales con el hackle inclinado hacia adelante. Creo que hacía como veinte años que no pescaba con una de estas moscas y tenía un par que había atado en el invierno simplemente para recordar pasadas caminatas Caleufú abajo, antes de las flotadas.
En el Neuquén, la Woolly Worm negra volvió a ser tan mágica como las Woollys amarillas que supe usar en el viejo Caleufú. Una tras otra magníficas arco iris mordían la Woolly Worm negra con furia, a veces varias veces hasta quedar enganchadas. Finalmente me terminaron llevando las dos moscas y sinceramente ya ni siquiera intenté atar otra mosca al leader, no necesitaba sacar más. La lluvia llegó rápida y sin aviso y si bien no era fuerte el frío que vino con ella nos obligó a abandonar una buena pesca. Torcho, que no tenía nada de abrigo, ya se había refugiado en la camioneta y era un buen momento para regresar sin prisa a Las Ovejas y luego a Andacollo donde finalmente podríamos descansar un poco del viento. 
Cada visita al norte neuquino que hemos hecho fue corta y con sabor a poco. Cada nuevo lance nos demostraba que más allá, donde no habíamos llegado, había tesoros mucho más valiosos que el oro que hizo famosa a la región. La idea es volver, volver cada vez que podamos para ver las nacientes de esos ríos y lagos donde seguramente encontraremos lo que tanto hemos buscado, nuestro lugar en el mundo, las araucarias y lo que transmiten. Es el inicio de la vida.