Hay
destinos a los que uno asiste por el orgullo del trofeo, prima más la foto antes
que el desafío de aprender cómo lograrlos, incluso que vislumbrar el entorno
que los enmarca, pues en ocasiones estos terrenos no hacen alardes de belleza
ni proponen demasiados retos, son simplemente un buen pescado. En cambio hay
otros en los que el tamaño no prevalece pero el sólo hecho de buscar nuestras
piezas en un ambiente tan múltiple y tener que calibrar nuestro equipo a cada
situación ya hacen de este lugar un trofeo en sí, al margen que siempre esté
latente la posibilidad de dar en la próxima curva con ese monstruo inesperado.
Uno
de estos páramos es Esquina, dichosa localidad donde el rio Corriente Inferior
converge con el Paraná Medio creando uno de los deltas más complejos del Litoral
y a la cual nuestro guía y amigo Fernando ´´El Gallego´´ González Vicens,
adoptó hace ya una década como su lugarcito en el mundo. Este entrañable
personaje, el cual no necesita mucha presentación dentro del mundo del fly, nos
puso al tanto que estaba pasando una importante migración de mojarras a la vez
que una considerable cantidad de sábalos se había concentrado en las riveras
aledañas. Con esa abundancia de comida disponible era insensato pensar que los
amarillos no iban a estar haciendo lo que mejor saben hacer, cazar.
Llegamos
temprano el miércoles pero las primeras luces del día se demoraron más de lo
habitual en salir, un gran manto de nubes saturadas de agua cubría la zona
dilatando el amanecer y nuestras ansias por entrar al río. El día llegó con
agua como era de esperarse, lo sabíamos de antemano pero hay que tener coraje
de posponer una salida cuando ya estás mentalmente preparado, en estos casos
uno siempre espera que el pronóstico caiga dentro de ese 5% de margen de error
que suele tener, aunque este no fue el caso. Nuestras caras eran largas,
denotaban desconcierto y preocupación por el clima, no así la de nuestro
referente.
A
poco de navegar ya avistamos unas cacerías, el agua estaba a nuestro favor con
22ª y unos 40 cm de visibilidad pero la llovizna comenzaba a intensificarse.
Tuvimos una seguidilla de piques próximos a la superficie con moscas oscuras, de
los cuales pudimos concretar un par antes que una cortina de agua nos alcance
haciéndonos sopa en segundos, aún guarecidos bajo nuestra mejor indumentaria.
Nos conmovieron lo colorido que se encontraban esos dorados pero apenas los
pudimos apreciar en ese aluvión.
El
ingá de un arroyo nos resguardó durante el peor momento donde aprovechamos para
cambiar unas prendas húmedas y reponer algunas calorías. Por un instante se nos
cruzó la idea de abortar la misión con mi compañero Tincho Tagliabue pero el
gallego nos daba aliento para seguir adelante, él sabía que estaba bueno. Luego
de hora y media tal vez, el aguacero mermó y si bien una brizna persistía, al
menos estaba casteable; la jornada transcurrió y algunas capturas más llegarían
como para salvar la tarde y corresponder el sacrificio. No podíamos creer la
actividad que tuvimos pese a esas condiciones. Valió la pena habernos quedado a
esperar. Qué importante es contar con un buen guía y hacerle caso a los que
saben.
El
día siguiente se presentó más amigable, comenzó nublado pero pronto unos rayos
de sol anunciaron que en definitiva sería una jornada diferente. Fuimos tras
los dorados peinando barrancas contra las que éstos suelen propinarle letales
envestidas a sus presas, así como en los paleríos en los cuales se estacionan
para anticipar a los desprevenidos que transitan de paso. Los biguás y las garzas
en las riberas eran un indicio que ahí abajo había comida y donde hay alimento,
hay dorado. El pique no fue tan consistente como esperábamos pero lo disfrutamos
de todos modos después de la que habíamos pasado el primer día. Nos dimos el
gusto de navegar un poco más lejos, hasta el Espinillo, donde movimos unos pescados más con línea intermedia y moscas más
claras, tomamos el almuerzo con buena música en la lancha tuneada del Gallego y
luego regresamos por el Ingacito.
Cuando
creíamos que el ciclo había culminado, un singular barullo en la costa nos
llama poderosamente la atención; una pareja de biguá se disputaba un cardumen
de mojarras que migraba rio arriba con un grupo de dorados. Unos atacaban desde
arriba, otros desde abajo, los pescaditos no tenían escapatoria y volaban por
el aire como papel picado, un verdadero show de la naturaleza. Rápidamente tomamos
nuestras cañas y nos invitamos al espectáculo pero nuestros señuelos parecían
no tener cabida. Insistíamos, ya era tarde y no podíamos perder tiempo en
cambiar la mosca. Siento algo pero no logro afirmarlo. Persistíamos con un
moscaso tras otro. Deriva, streap largo, corto, nada. Un depredador tan voraz como éste se había puesto
selectivo como una trucha con may flies, al final el instinto oportunista de
uno de ellos lo hizo morder el anzuelo de Tincho. Un cierre con brillo dorado
para un programa que desde un comienzo pintaba opaco.
La
pesca de dorados puede ser tan excitante como desmoralizadora. Cada pique es
una inyección de adrenalina pero llegar a él requiere de un previo control
sobre el equipo y tomarle el timing a una 8 con 10 m. de línea en el aire y una
Paraná series mojada puede llevar tanto tiempo como el estarlo mentalmente para
ornamentar más de una vez a una rama antes de maldecir a todos los dioses. Los cambios
de dirección con sólo un levante y tendido son una constante en esta pesca, tal
vez la presentación no sea algo mayor pero la precisión en cada tiro es un
factor preponderante y colocar el señuelo en los escuetos espacios que nos
apunta el guía es lo que marcan la diferencia entre pescar y pasear la mosca.
Los
territorios del dorado son de lo más diversos e intrincados, ya sea en la selva
como en el Paraná, uno se va encontrando con diferentes estructuras en cada
porción del río a las cuales debemos alinear nuestro equipo. Incluso con varios
años de escuela, esta no es una materia fácil de aprobar pero si te gustan los
retos esta pesca te va a apasionar. Esquina engloba todos los desafíos que
podemos encontrar en un típico ambiente doradero por ello contar con un mentor
es fundamental. Al nuestro, sus años de experiencia le han dado esa cintura que
se requiere para leer el agua, comprender lo que está pasando y de inmediato
ponerte en situación de pesca pero recuerda que de tu práctica y perseverancia depende
el examen final.