EN BUSCA DEL DORADO

Julio Sanin Noviembre 2006

Esta aventura comenzó como todas. Un rumor por allí, un testigo por allá, una persona que conoce a otra persona que lo vio. Al fin, un contacto mas o menos creíble, con cara confiable y pasión tan grande como la de nosotros por el dorado.  ¿A quien no va a enloquecer la promesa de lograr kilos y kilos de lo que mas ha desquiciado a la humanidad?, algo tan poderoso que hace que los hombres arriesguen sus vidas, gasten fortunas, viajen miles de kilómetros lejos de sus mujeres, pasen extenuantes jornadas sin casi comida ni agua en terrenos plagados de alimañas y humanos peligrosos.

Pues nosotros no fuimos la excepción, las fotos “del contacto” sosteniendo en sus manos ejemplares de diez y quince quilos que brillan al sol como lingotes, no nos hace dudar en salir hacia el sur de Bolivia, a una zona conocida como “el triangulo de oro”. Que linda coincidencia.  La expedición será la última semana de octubre del año del señor de 2006. Partiremos del aeropuerto El Dorado, de Bogotá. Otra coincidencia. En esa época la luna es perfecta para nuestro propósito, todo augura los mejores resultados.  Los amigos que no pueden ir, se despiden con envidia. Malditos afortunados. Se van a llenar de oro.

Nos despedimos de Colombia con un abundante almuerzo en el Hangar 64, sancocho de gallina, bisté a caballo, caldo, arepas. Es mejor arrancar con reservas aunque todos estamos mas bien gordos.  En el aeropuerto de Lima ya se nos acabaron las reservas y nos reponemos con una sinfonía de lenguado: Lenguado en cebiche, en tiradito, y en salsa de langostinos. Con Cuzqueña helada por supuesto.  Alejandro Linares, el hombre de las fotos, nos espera en La Paz. Son las 12, Pasamos un rato en el Hotel Sucre, nombre pretencioso para un sitio donde nadie sabe siquiera que es una estrella.

A las cinco de la mañana del 21 salimos para Tarija con escala en Cochabamba.  En el terminal de transporte terrestre nos acomodamos los cinco aventureros con nuestras siete piezas de equipaje en dos station wagon Toyota. Ramiro López nos lleva a buena velocidad por los 198 kilometros que separan a Tarija de Bermejo mientras escuchamos rancheras y tomamos JWB.  El terreno es árido con viñedos que son el orgullo de la región. Anoté los nombres de los seis túneles que pasamos: Don Nomi, Alarache, Colorado, Don Villos, Las Pavas y el de Candado chico.  Estamos dos días mas cerca.

El Hotel Internacional es un sitio agradable, doña Myriam y sus hijos nos venden por 30 BV noche, la amabilidad espontánea y cariñosa que hemos sentido en muchos Bolivianos que hemos conocido.  En Bermejo se consigue de todo a un cambio de ocho bolivianos por dólar. Desde un tigre amaestrado hasta un radio de dos metros, pasando por una caja de  vinos de alta gama donde Silvia.  En la noche una cena memorable en el Quincho de Don Miguel, un pescador apasionado que comparte con nosotros sus mejores fotos, historias y suculentas porciones de chupín de surubí, chicharrón de dorado y sábalo.

Desayunamos sopaipillas con queso en la plaza de mercado y salimos casi a la una de la tarde hacia el parque nacional del Tariquía, donde tenemos permiso oficial para acampar.  Vamos contando historias y con muy buen humor en la doble cabina de JotaTorres, que a los pocos kilómetros y dos varadas, ya es “parcero” de los paisas. Nos sigue el camión de Vidal con todo el campamento y el mercado, también se vara.  Mientras pasamos los Tarcos de un púrpura rabioso y los Lapachos muy amarillos soñamos con los míticos dorados de veinticinco libras.  Llegamos al parque a las cuatro.

Es kermés, los nativos bailan una  melancólica música, muy andina, toman trago y comen empanadas. En todas partes las fiestas son iguales. El Aymara puro, Justino Martínez, interrumpe su diversión y nos acompaña al río para abrir las puertas de la reserva e indicarnos el camino. Está bastante alicorado pero es amable y servicial, nosotros estamos ebrios pero de emoción, después de tres días de viaje vamos a ver el famoso cajón, el sitio donde se dice, están los dorados más grandes del mundo. Y no conocen una mosca. Allí pescan poco y con carnada. Estamos a punto de coronar, temblamos.

¡Que belleza de sitio! el río es grande pero se puede vadear, con playas de arena rosada y lo rodea el bosque de niebla, la temperatura es agradable para nosotros, un poco caliente para los locales, 27 a 28 grados.  Hay un detalle.  Llovió hace dos días en las cabeceras y el agua es turbia.  -Mejor, dice el indio, - No los ven los surubíes. No entiende nuestras caras largas. ¿Cuánto se demoraría en aclarar si no llueve? –Poco, unos cuatro o cinco días. Nada para él, es todo el tiempo de nosotros.  Julio y Alejandro hacen algunos lances desesperados pero todos sabemos que es imposible pescar con mosca o cuchara así.

El cajón nos falló, pero aún nos quedan cojones. A las seis p.m. salimos para Entrerríos, a 200 kilómetros al noreste, buscamos aguas mas claras. Con un toco de coca en el carillo de Jota y muchos sueños de dorado, emprendemos el viaje por un sendero de los mil demonios que ellos llaman carretera.  En dos kilómetros contamos diecinueve altares de los que ponen los familiares de los muertos en accidentes de transito, mejor no mirar.  Nos turnamos para dormir y no dejar dormir al conductor que se enfrenta a precipicios  y camiones a mil. La fiebre del dorado obnubila la mente pero alegra al corazón.

La pesadilla del pescador se repite. Llovió duro anteanoche. El plan C existe, tengo un amigo en Salta que me dijo que hay ríos muy buenos que no se ensucian. Vienen de la selva.  En la telefónica del pueblo logramos localizarlo y ¡che, claro! No hay problema aquí no ha llovido, mañana los espero.  ¿En Entrerios? ¡Ah! son como a quince horas en auto. Se nos va a borrar el culo.  Más coca. Increíble pero queda buen humor y ganas de disfrutar del paseo.  Pernoctamos en donde Miriam y salimos temprano. El norte de Argentina es precioso. Gente linda, naranjas, sanduches de miga, Quilmes. Es Argentina.

Ignacio De Freijo nos recoge en su flamante Defender, El joven Salteño es un contador, hijo de médicos, con pinta de surfista californiano que dedicó toda su vida a la pesca deportiva.  Esa noche acampamos en el Juramento después de hacer unos lances casi imposibles con el agua fría al pecho en un correntón bravo. Ni un pique.  Disfrutamos de un asado de cortes casi desconocidos en Colombia. Casi, porque no falta el experto. entraña, vacío, queperin. Tenemos Navarro Correas súper reserva que encontramos donde Silvia, en Bermejo, a seis mil pesos Colombianos. Mañana para el río dorado.

Oct 25. Cinco días sin pescar, esto es abstinencia. Nos encontramos con Sebastián, el socio de Nacho, ya le decimos Nacho, Tony el pilchero y conductor y  Marcelo, un médico de la pampa que se escapó de un congreso a pescar con unos locos de Medellín..  Al medio día vamos por la yunga llena de guayacanes, madera fina similar al guayabo, y los famosos querandíes.  Muchos pájaros y orquídeas sin flor.  Para bajar al río Dorado son 20 a 30 minutos por una trocha infestada de garrapatas, suben cientos por las piernas buscando donde clavarse a chupar sangre. Algunas logran llegar bien arriba.

La vista del río nos hace olvidar este pequeño impase entomológico. Es el paisaje soñado por un mosqueador, baja correntoso entre las rocas formando correderas y pozas, el agua es clara y hay suficiente espacio libre atrás para lanzar cómodos.  ¿Habrá peces?  La pregunta se responde inmediatamente nos acercamos mas. Por entre las piedras se ven cardúmenes de sábalos de tres y cuatro libras, los bagres nos hacen pasar sustos “bárbaros” cuando chapalean entre los pies al vadear. Son cinco días de búsqueda para llegar donde queríamos estar. Poco, muy poco sacrificio para algo que nos emociona tanto.

La ansiedad se manifiesta al armar los equipos número seis, Alberto arma nueve que puede mover mas cómodamente moscas de siete a ocho centímetros. En el primer charco saca el primer dorado del primer día que estamos verdaderamente pescando en casi una semana de búsqueda. Los dorados pican bien en los “streamer” azules y blancos, blancos y negros y a poca profundidad. Tamaño: dos libras o un kilo argentino. Salen mas grandes pero son marrulleros.  Alejandro, con su yozuri pelea uno que según su palabra de pescador pesaba -¡como diez quilos che! Se volvió argentino en seis horas el marica este.

El Salminus maxillosus es similar a su prima la picuda. Pica violento, pero precavido, si falla repite, a veces. Es arisco. Una vez chuzado arranca rápido y aprovecha la corriente salta alto y varias veces, es resistente y fuerte. Un espectáculo. Cuidado al soltarlo, sus dientes son cuchillas, no agradece que lo hayas molestado. Mi dedo pulgar izquierdo puede confirmarlo.  Llegamos al campamento extenuados, y satisfechos  después de una tarde de pesca perfecta.  Cenamos puchero y pescado asado mientras se repiten las historias del día una y otra vez con exageraciones progresivas.

Estamos tan contentos como las garrapatas y ladillas con su comida fresca. El campamento entre las zarzas espinosas nos hace añorar el hotel Sucre. Que importa si no dormimos, mañana vamos por los dorados.  Algunos relámpagos lejanos sugieren lluvia, el barómetro baja, luego, los truenos cercanos no dejan duda. Uno, dos, tres, goterones inician el aguacero mas bestial, el primero de la temporada, el hijueputa que inundó las carpas, nos mojó las bolas, se burló de nosotros, ensució el río y se cagó en la pesca. Vámonos para La Paz  a rascarnos picaduras y soñar con la pesca en las nubes.